a random blog of a spotless mind in the new century…

Sinking In…

Sabía que tenía que prepararme para decirte adiós, lo sabía, supongo que siempre lo supe. Pero al final, ni me preparé, ni puedo continuar.

 

Es solo su abuelo, ya no debería estar tan mal”. Todos los que opinen de esta manera no tienen ni la más remota idea de lo que ese ser humano era para mí. No era, ni es, solo mi abuelo. No era solo aquel que me consentía cada fin de semana, o me daba domingos, o me compraba cosas que quería… era más.

 

Y aunque mi propia familia piense que perdimos a la misma persona, no lo hicimos. Porque el abuelo que yo tuve no lo tuvo nadie más, la persona que yo conocí no la conoció nadie más, las miradas de complicidad que compartíamos no las compartía nadie más. Él era parte de mí y yo era parte de él. Más allá de un lazo sanguíneo, más allá de un parentesco, él era yo y yo era él.

 

Y es que fue la única persona con la que pude hablar sin palabras, que me enseñó a ser lo que soy porque estuvo conmigo en los años más “complicados” de la vida de cualquier persona. Pasé más tiempo con él del que he pasado con mis propios padres, desde mis 18 años hasta ahora… casi la mitad de mi vida y en la que toda mi personalidad terminaba de formarse.

 

Si bien no me crió o pagó mi carrera, siempre estuvo ahí. Escuchándome todos los días, dándome consejos, diciéndome qué decir, ayudándome con tareas, haciéndome de comer, forjándome hábitos, haciendo que me preocupara por alguien más que por mi misma, pero a la vez haciendo que me diera el valor que tengo. Me enseñó con quién ser y con quién no, a hacer las cosas con pasión y bien hechas. Pero sobre todas las cosas, lo más valioso que me enseño fue el amor incondicional.

 

Tan irreverente como extraña, tan callada pero con un alma que se expresaba a gritos, quieta pero revoltosa con lo que ama, siempre buscando ser y hacer, descubrir, experimentar, conocer, probar, equivocarse y aprender. Le di más lata que todos sus hijos juntos y aún así siempre me quiso. Siempre me llevó cerca de él, en su cartera y en su corazón.

 

No importa cuántos tatuajes me hice, todos los desaprobó y aún así me quiso. No importa cuántas veces cambié el color de mi cabello, siempre le gustó mi color natural, pero aún así me quiso. No importa cuántos estilos de maquillaje probé, le gustaba que me arreglara, y aunque no lo hiciera, me quería. No importó cuántos errores cometí, cuántas veces fallé, cuántos corajes le di, porque siempre me quería más. Porque el amor que me daba siempre era más grande, y nunca iba a cambiar.

 

Y ahí estuve cuándo dejó de hablar, cuándo sus balbuceos eran incomprensibles, cuándo sus letras no se entendían, cuándo quería darse por vencido, ahí estuve yo y le enseñé a sonreír… a reírse de la vida, de él, de mí.

 

Y cuando él estaba apartado en un sillón, en su recámara, en el comedor, cuándo todo mundo pasaba de largo, o hacía otras cosas, ahí estuve yo, a su lado, sosteniendo su mano, recostada con él, sentada viendo la tv, contándole historias que le daban sueño, pero era feliz. O eso creo yo, porque yo era feliz.

 

Y en los últimos días, cuando más trabajo me costaba estar, cuándo no quería verlo partir, o saber que le costaba descansar, cuándo esperaba que solo fuera un bache más, que todo estaría bien, incluso si me dolía tanto como a él, ahí estuve. Platicándole, tomando su mano, sonriéndole, acariciando su cabello, dándole besos y abrazos. Porque aunque yo no era feliz y me dolía, él me enseñó a estar ahí. A quererlo, a amarlo y a respetar su decisión.

 

Eso ha sido lo más difícil. Aceptar que fue lo que él quería. No fue una enfermedad, no fue una complicación, no fue un accidente. Fue algo que él quería. Ya no se sentía parte del mundo, ya no quería estar aquí, ya había acabado lo que vino a hacer, ya todo estaba en su lugar, ya era hora. Y lo que más me duele es sentirme de esa misma manera.

 

Ya han pasado 2 meses. Los más difíciles que he vivido. Y no lo digo por dramática, es que en realidad los he padecido. Mi soledad ha aumentado, mi depresión sigue creciendo, todo lo que parecía estable se cae poco a poco, las ganas de renunciar a todo son más intensas. Dejar de existir se ha vuelto un deseo muy grande. Y es que sin él me falta todo.

 

Sé que es feliz, sé que está bien, lo sé porque aunque han sido pocas veces, lo he visto en sueños, siempre sonriendo, feliz, en paz, con su gran amor, con su hijo. Está tranquilo. Y sé que eso es lo que quiere que yo entienda, que todo está bien aunque no me sienta bien. Que todo mal va a pasar y que todo al final estará bien. Pero mientras encuentro esa paz, esa resignación y ese entendimiento, para mí nada está bien.

 

No quiero que me consuelen, quiero que entiendan que esto que siento es muy mío, así como lo que tenía con él, y este dolor no se puede consolar, solo se irá apagando con el tiempo, porque nunca dejaré de sentir su ausencia, ni me dejará de doler. Pero a la vez tengo tanto miedo de que pase, de dejar de sentir el dolor, de olvidar… así como fui la olvidando a ella. Su voz ya es tan pero tan distante, sin embargo su piel, sus gestos, sus abrazos aún siguen frescos en mí y así quiero seguir.

 

Siempre me han encantado estas fechas, ir al panteón, las ofrendas, la historia de que nuestra alma regresa una vez al año a visitar a nuestros seres queridos y sentir de nuevo su amor, saber que seguimos presentes. Pero este año no la siento, sé que está, pero no es igual. Estos días son para mí lo que la navidad para muchos, pero este año solo son un día más. Y viendo el mundo seguir y los días pasar es que sé que todo sigue andando, solo que yo me quedé estática.

 

Si, estoy triste. Pero también estoy enojada, enojada porque me quedé aquí sin él. Enojada porque tengo que seguir, porque tengo que avanzar, porque tengo que vivir… sin él, y no quiero. La realidad es que nunca quise, pero en él encontraba un aliado, un compañero, una razón. Y se me acabaron las razones. Y se me fueron las ganas.

 

Se supone que de aquí en adelante debo echarle más ganas, debo vivir porque eso me dejó él, vida. Sé que tengo muchas cosas por hacer, sé que quiero hacerlas, pero por ahora no puedo.

 

Y no quiero que se preocupen. Tampoco me agobien con preguntas, ni con palabras, ni con cuidados. Nunca fui buena para abrirme tanto con nadie o para mostrar vulnerabilidad. Sé que están y sé que les importo. Pero necesito mi espacio, mi tiempo y mi propia construcción.

 

Les juro que estoy bien. Aunque escriba esto llorando, aunque de vez en cuando me cueste respirar, comer, dormir o socializar. Estoy bien, porque me he convencido que esa es la cara que debo mostrar hacia cada día de ahora en adelante aunque me esté derrumbando por dentro. Estoy bien. Voy a estar bien. Por él, por mi, por Bucky. Ya pasará.

 

Gracias por darme la vida, por compartir tu paso en este mundo conmigo, por dejarme conocer el gran ser humano que eres con todos tus defectos y virtudes, por dejar un poquito de ti en mí, pero sobre todo, gracias por enseñarme a amar y ser amada.

 

Te amo por siempre JAT.

 

LaÖ

¿Tú que piensas?